Vivir la democracia en una sociedad multicultural, implica que los sujetos presentes en el territorio compartan el mismo espacio público siguiendo un proyecto democrático común en el respeto del derecho y de los procesos jurídicos y políticos. Implica también que las personas encuentren o reencuentren el sentirse comunidad, que desarrollen un sentido de pertenencia común e instauren entre ellas relaciones de mutua confianza, a partir de las cuales y gracias a ellas convivir en el cotidiano compartiendo responsabilidades y valores.
En este sentido, la mediación puede dar un importante aporte para la construcción o reconstrucción de las normas que permiten el desarrollo de acciones e interacciones sociales significativas y solicitar a individuos y grupos a probar las reciprocas modalidades de relación, con el fin de buscar las razones y condiciones de compatibilidad.
El punto clave es la reciprocidad de este proceso: cada cultura, sea la de acogida que la de los migrantes, podrá encontrar, en una mediación que siga estos principios, un espacio donde se expresen y se armonicen las diferencias, en el cual todos están llamados a participar en la realización de una forma de ciudadanía más compleja, capaz de reconocer la multiplicidad de afiliaciones y tolerar un nivel elevado de diferenciación sin perder la capacidad de integración.